Todo comenzó, según los expertos, en 1946 y 1947 con la señalización de cohetes y discos en el cielo, no identificados, que iniciaron 70 años de proclamas de la existencia de OVNIs, extraterrestres y antiguos, muy antiguos astronautas, que nos visitaban de vez en cuando (pinturas rupestres, Nazca o el astronauta del relieve maya). Así comenzó la ufología, la ciencia que estudia los OVNIs. Y en ello estamos, décadas después, con una avalancha de noticias, libros, documentales y programas de radio y televisión centrados en los OVNIs y en los extraterrestres.
Entre mayo y noviembre de 1946, miles de suecos, noruegos, finlandeses y alemanes informaron de avistamientos de naves en forma de cohete o circulares, a menudo con luces brillantes, volando a gran velocidad por los cielos del norte de Europa. Algunos expertos creyeron que estos avistamientos eran producto de los nervios de los ciudadanos europeos en aquellos años en que comenzaba la enemistad con la Unión Soviética y lo que se llamaría la Guerra Fría. Otros expertos, sin embargo, creían que, realmente, eran misiles soviéticos. Nadie mencionó a los extraterrestres. Todavía. Los nervios tenían que viajar a los Estados Unidos. Fue en este ambiente de miedo lo que, quizá, definió como OVNIs, por primera vez, a las nueve naves brillantes que Kenneth Arnold vio en junio de 1947.
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Y todo esto se diluye en los noventa, cuando desaparece la Unión Soviética. Como ejemplo, Eghigian repasa el número de artículos sobre OVNIs publicados en 25 periódicos de Estados Unidos entre 1985 y 2014. Hasta mediados de los noventa eran entre 60 y 160 artículos al año. Pero, a partir de 1998, quedan por debajo de 40, o sea, algo menos de dos artículos por periódico y año. Desaparece la Guerra Fría y también los OVNIs. O casi desaparecen porque, según el National Geographic, el 36% de los americanos cree que los OVNIs existen, y el 77% afirma que hay evidencias creíbles de que los aliens han visitado nuestro planeta.
Sin embargo, los científicos, no solo no creen en OVNIs y extraterrestres, sino que los estigmatizan y los consideran, desde el enfoque de la ciencia oficial, como tabúes a evitar e ignorar. Lo que, a su vez, alimenta la acusación de los ufólogos hacia los científicos como personas de mente estrecha y, en último término, como miembros de una organización que, no solo rechaza sino que conspira para ocultar al público información importante y valiosa. Y los científicos acusan a los ufólogos de no ser científicos sino, más bien, creyentes que no se apoyan en evidencias válidas sino solo en su fe, fe ciega y fe poco crítica.
Sin embargo, no se puede negar que existe una ciencia de la ufología. Es curioso que la ciencia oficial, que rechaza OVNIs y aliens, acepta a la ufología y a sus practicantes como un interesante objeto de estudio. Así, los sociólogos estudian las actitudes públicas hacia los OVNIs, o los valores sociales de los creyentes en los extraterrestres, o el fondo social y económico que rodea a los grupos de ufólogos. O los psicólogos siguen a los ufólogos en sus citas con los OVNIs, con especial interés en aquellos que declaran haber sido abducidos. También los antropólogos culturales se interesan por lo que podrían llamarse religiones OVNIs. Y los científicos sociales y los expertos en folklore revisan los mensajes que han dejado los extraterrestres a los testigos de avistamientos con el recado de que los transmitan a la humanidad y, de nuevo, con especial interés en los abducidos. Y, en último término, los expertos en cultura y los psicólogos se interesan en cómo las creencias en OVNIs llevan con cierta facilidad y mucha frecuencia a las teorías conspiratorias.
Como decía, todos estos estudios reflejan que la desconfianza entre ciencia y ufología tiene más que ver con cómo se hacen las cosas en uno y otro grupo que en quien es científicos o ufólogo. Las dudas sobre la veracidad de los avistamientos de OVNIs y de aliens siempre han existido en la comunidad científica. La forma en que se obtienen y narran es muy diferente a cómo, en ciencia, se consigue y acumula el conocimiento. Un obstáculo insalvable es la falta de evidencias materiales indudables sobre la presencia de OVNIs y aliens. Así, los materiales de los ufólogos siguen siendo de más interés para antropólogos, sociólogos o psicólogos que para, por ejemplo, astrónomos, físicos o biólogos. Después de una larga historia de aciertos y decepciones, la ciencia ha terminado considerando que lo que solo se apoya en testigos y creyentes es, como poco y como en otros asuntos humanos, sospechoso.
Por otra parte, y volvemos a lo dicho, los científicos no dudan de la sinceridad de los creyentes en los OVNIs y extraterrestres, más bien lo hacen de la autenticidad de lo que cuentan. Pasó, y como ejemplo nos sirve, con la epidemia de abducciones de hace unos años que, en último término, se refería a víctimas de ataques sexuales que intentaban ocultar lo que habían sufrido.
En conclusión, el inicio de los avistamientos de OVNIs y aliens parece relacionado con el comienzo de la Guerra Fría y del miedo extendido en la sociedad occidental. Pero, por otra parte, ciencia y ufología no se entienden, no por el objeto de estudio de los ufólogos, sino, más bien, por su manera de trabajar y, en consecuencia, por la carencia de evidencias fiables de la existencia de OVNIs y extraterrestres. No es lo que estudian ni las personas que lo hacen, sino que son los métodos de trabajo que utilizan. Y, además, la propia ufología se ha convertdo en un interesante tema de estudio para científicos de varias disciplinas. Esta es, finalmente, la ciencia de la ufología.
Referencias:
Egighian, G. (2014). “A transatlantic buzz”: flying saucers, extraterrestrials and America in the postwar Germany. Journal of Transatlantic Studies DOI: 10.1080/14794012.2014.928032Eghigian, G. (2015). Making UFOs make sense: Ufology, science, and the history of their mutual mistrust. Public Understanding of Science DOI: 10.1177/0963662515617706 Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
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